martes, 13 de noviembre de 2018

familia

A fines del siglo XIX, Sir William Preece, jefe de ingeniería de los Correos Postales Británicos, afirmó que sólo los norteamericanos necesitaban del teléfono, pero no los británicos, porque “tenían una gran cantidad de muchachos mensajeros”. Luego, hace más de medio siglo, preguntado por el invento de la televisión, Darryl Zanuck (un famoso productor de la 20th Century Fox) opinó que dicho aparato sólo duraría en el mercado unos seis meses, dado que “la gente pronto se cansaría de mirar aquella caja todas las noches”. Estas increíbles afirmaciones, dichas en su momento por eminentes expertos, no deben sorprendernos. Detrás de estas subestimaciones, aquellos personajes sentenciaron implícitamente grandes verdades… ¿o es que la televisión o el teléfono eran necesarios para vivir?
Y es que muchos de los inventos tecnológicos tienen esa extraña característica de no ser necesarios, pero aún así da la sensación de que es bueno que existan. Así es ¿o a alguien le quedan dudas de que la gente en los ochentas vivía tranquilamente sin smartphones? Por supuesto que sí, y esta es la misma actitud que tenemos todos nosotros ante la llegada de nuevos productos tecnológicos en nuestro tiempo: empezamos en un inicio escépticos, luego pasamos a ser neutrales y finalmente nos sumamos a la ola de aquella maravilla tecnológica que tanto nos recomiendan nuestros colegas y amigos.
Desafortunadamente, este mismo proceso  se reproduce también en el núcleo familiar. Es común tener en el hogar una invasión de productos de todo tipo asociados a actividades de ocio (consolas de videojuegos, televisores de alta definición, laptops, tablets, smartphones, etc.), generalmente más adoptados por los más jóvenes. Unas viejas estadísticas acerca de la televisión permanecen aún y no dejan de asustarnos: los niños pasan anualmente 1500 horas frente a la televisión (¡qué lejos está esto de aquella fallida predicción de Darryl Zanuck!) y 900 horas en el colegio; además, uno de cada tres niños disponen de un aparato de televisión en su habitación. En cuanto a los videojuegos, aproximadamente cerca del 30% de hogares con niños dispone de una videoconsola fija o portátil; si hablamos de Internet, un 90% de los jóvenes entre 15 y 24 años lo usa habitualmente; y alrededor del 80% de jóvenes tiene un teléfono celular.
Ante la tecnología que surge en el mercado, los padres de familia se enfrentan a la decisión de incorporarla o no, y muchos simplemente o han sucumbido a la presión social y la han adquirido, o han decidido (tal como los expertos mencionados al inicio) ignorarla por completo, desarrollando una especie de “tecnofobia”. Tanto en una posición como en la otra, el riesgo más grande es el desconocimiento. Es tan grave para un papá darle una tablet a un niño simplemente porque todos en su colegio tienen una, como no hacerlo simplemente por tecnofobia. Lo importante aquí es tener una reflexión, asumir una posición informada y con conocimiento de lo que se hace.

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